Por Victor Chora
Publicado en el periódico EL NORTE el 1 de abril de 2012.
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Con el primer minuto del viernes iniciaron oficialmente las campañas electorales en las que muchos mexicanos elegiremos desde Alcaldes y representantes al Congreso de la Unión y Congresos locales hasta Presidente de la República.
No necesariamente es mi caso, pero hay mucha gente que simplemente no ve con agrado a ninguno de los candidatos. Ni los presidenciales, ni los seleccionados para Senadores o para Diputados en sus distritos, ni los que suenan para Alcaldes. En este caso, la primera elección que deberán hacer estos ciudadanos es la de participar o no en los comicios.
“Ninguno me llena el ojo”, “no distingo cuál es el mejor” (“o el menos malo”) son algunas de las frases que uno escucha de conocidos o amigos, en la oficina o en las redes sociales.
Luego, después del desencanto viene la decisión y no faltará quien diga “creo que lo mejor será anular mi voto”, “el día de la elección tacharé la boleta completa”.
La realidad es que anular el voto es una alternativa. Después de todo, quien se decida por esa opción no podrá ser señalado por no haber cumplido con su “deber ciudadano”, puesto que el domingo de la elección se presentará en la casilla que le corresponda, no a votar por algún candidato en particular, sino a manifestar de esa manera su inconformidad.
Además, existen varios líderes de opinión que públicamente han manifestado que la anulación del voto es, efectivamente, el único mecanismo legal del que disponemos los ciudadanos para manifestar nuestra inconformidad con el sistema político actual, que privilegia a los partidos políticos como única vía de acceso al poder.
Pero yendo más allá de la anulación del voto, ¿tiene algún sentido votar?
Si uno investiga un poco se encontrará que desde la perspectiva del individuo, votar carece de sentido práctico.
Para empezar, votar representa un costo al menos en tiempo. Pero lo más importante es que nuestro voto por sí solo nunca decidirá el resultado de la elección.
Peor aún, en el hipotético caso de que nuestro voto fuera el que decidiera la elección, lo más seguro es que el resultado final de dicha elección no sería determinado por la votación popular, sino por algún órgano colegiado.
Aunque no fue por un voto, sino por relativamente pocos, basta recordar el tortuoso proceso para llegar al resultado final de las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2000 o de la mexicana en 2006.
Ahora bien, puede decirse que nadie va a votar pensando en que su voto será el que decidirá la elección. Pero si es así, entonces nuevamente surge la pregunta ¿para qué votamos?
Hace tiempo leí que en Suiza habían adoptado para sus elecciones el sistema de votación por internet. No obstante que los suizos acuden copiosamente a las urnas cada que hay una elección, con dicho sistema era de esperarse un incremento en el número de sufragios.
Sin embargo, para sorpresa de quienes promueven esta moderna alternativa, el resultado fue exactamente lo opuesto. El número de sufragios disminuyó, principalmente en los pueblos pequeños donde todo mundo se conoce.
La interpretación que se le dio a esta situación fue que la gente valora otras cosas a la hora de votar, entre ellas, “el qué dirán” si no votaste.
Aquí en México, ¿qué es lo primero que buscan en nosotros nuestros conocidos al lunes siguiente de la elección? En muchos casos es la tinta indeleble en nuestro dedo pulgar, la marca de que cumplimos con ese deber ciudadano. En Suiza como era por internet, ya no era necesaria la tinta.
En resumen, si mi voto nunca decide por sí solo el resultado de la elección, no me gusta ninguno de los candidatos y además tengo la opción de “cumplir” con ese deber anulando mi voto, ¿para qué votar?
Mi opinión es que en la vida ocasionalmente tenemos acceso a lo que preferimos. La mayoría de las veces tenemos que elegir entre alternativas que no necesariamente eran nuestra primera opción. En este caso significa elegir de entre los candidatos que aparezcan en las boletas.
¿Votar por alguno de los candidatos disponibles o anular el voto? Es una decisión que deberán tomar no pocos ciudadanos. Y eso sin to- car el tema del voto útil, que irá cobrando cada vez mayor importancia en función de los candidatos seleccionados, del número de indecisos y de las diferencias en los porcentajes de intención de voto al acercarse la elección.
El autor es maestro en políticas públicas.
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